viernes, 8 de noviembre de 2013

Fuerza bruta

Definitivamente llovía más adentro que afuera del bus. Una de las ventanillas de ventilación ubicada en la parte superior del pesado vehículo iba abierta. Toda la gente amontonada en la parte delantera huía del chorro de agua que penetraba con ayuda del viento en la sección trasera, mientras el transporte corría abriéndose paso en las calles inundadas de Managua. 

Adelante, el tumulto de gente era un caldo de cultivo para malos olores, machucones y todo tipo de roces, pero definitivamente la pregunta lógica para todo esto era ¿por qué no cierran la ventanilla? Los que íbamos sentados porque no queríamos perder nuestro lugar, y los que iban de pie, por no empaparse en la urgente y necesaria misión.



Lo bueno es que en los buses, aunque no lo crean, hay muchos “caballeros” y fue así que apareció uno de ellos para finalmente cerrar la ventanilla. Aquel tipo se quitó la camisa para no mojarla. El gimnasio estaba pintado en su cuerpo. Horas y horas de rutinas cargando discos de hierro hoy servirían para algo.

Aquel adonis criollo levantó sus brazos torneados y comenzó a hacer fuerza para cerrar el paso de la lluvia que penetraba en la parte trasera del bus. Jaló, jaló y jaló. Su cara roja denotaba el empeño que aquel hombre le estaba poniendo a la tarea que parecía “titánica”, más por el agua que por lo difícil. Su imagen a contraluz recordaba al Atlas cargando el mundo.

Luego de un par de minutos, aquel hombre hizo un ademán de negación. “No se puede”, dijo finalmente en tono derrotista. “Si no pudo él menos yo”, pensó más de uno en el bus. “Está dura. Se ha de haber pegado con la humedad”, opinaban otros. Mientras tanto la lluvia afuera no dejaba de caer.

Desfilaron cuatro hombres tratando de cerrar esa ventanilla y nada, pero justo aquella batalla parecía perdida apareció entre medio del tumulto un chavalo universitario. Aquel tipo flaco y desgarbado se quitó sus audífonos, los enrolló en su celular y los metió en su mochila que luego se la ubicó en la espalda. Antes de levantar las manos para sellar aquel problema miró hacia arriba como buscando quién sabe qué. Yo, un poco lejos, lo miraba con detenimiento y sin parpadear. Luego, como por arte de magia y sin ningún esfuerzo aquel flacucho cerró finalmente la entrada de agua. Toda la gente respiró aliviada y comenzaron a ubicarse en la parte trasera del bus ya sin temor a mojarse.

¿Cómo le hizo? Esa pregunta me atormentó a partir de ese momento. Unas paradas después no pude más. Me levanté y fui a preguntarle su secreto para realizar la tarea que aquel fortachón y varios más no habían podido. “Sencillo -me dijo- solo leí las indicaciones que dicen: Para abrir jale la manilla y empuje hacia afuera. Para cerrar jale la manilla y empueje hacia adentro”.

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