lunes, 10 de marzo de 2014

Viaje al pasado... pero en bus

¡Odio los lunes! El día de pago se ve como una luz al final del túnel y mi cartera empieza a convertirse en una simple pieza de vestir inútil. Todo es gris... o mejor dicho negro. Es uno de esos días que uno cree que la vida es una porquería —por no decir una mala palabra— y además ilusamente, como para martirizarme, pienso que todo pudo ser mejor si no fuera por “esto” o por lo “otro”... Para remate, la idea de agarrar un bus en hora pico no era un aliciente.



Dicen que todos los días unas 400 mil personas utilizan el sistema de transporte urbano colectivo de Managua, por lo menos dos veces al día. Pues ahí estaban todos, justo en la parada donde yo agarro mi ruta. Todos con la cara de amargados igual o peor que la mía. Luego de cinco minutos pasaron dos buses que no se detuvieron y uno que iba “hasta la pata” hizo la caridad de detenerse. A como pude y usando poderes arácnidos, que hasta el momento desconocía poseer, logré subirme. Me sentí el capitalino más afortunado... (Estoy siendo sarcástico).

Luego de un par de años de viajar diariamente en la misma ruta prácticamente ya conozco a todos. No les hablo, pero a algunos le hago un ademán con la cabeza como diciendo “aquí estamos de nuevo”. Es difícil que el público de aquel triste espectáculo varíe. Pero ese día sí.

Entre los 835 buses, 350 de fabricación mexicana y 485 hechos en Rusia, organizados en 27 cooperativas y 35 rutas que transitan por Managua, se tenía que subir aquella chavala guapa que conocí cuando tenía 13 años. La que me gustaba y nunca me hizo caso.

Ya no era chavala. Su rostro era duro. Ahora tiene más de 40, al igual que yo. Entre la corriente humana llegué al pequeño espacio entre el pasillo y su asiento. La saludé y su rostro no se iluminó ni un poco. Su respuesta a mi sonrisa pudo servir de aire acondicionado en aquel bus en una Managua a 32 grados. Luego de unos minutos aquella “muchacha” me contó que se casó y que no le fue muy bien (violencia intrafamiliar incluida). Profesionalmente un poco mejor, pero que actualmente formaba parte del seis por ciento de la población desempleada de Nicaragua.

Unas paradas más tarde, aquella mujer buscó la salida. No nos dijimos nada más. No intercambiamos números de teléfonos, ni correos electrónicos, como una forma implícita de dejar el pasado en su lugar. Ahí me di cuenta que el tiempo es más cruel con las mujeres que con nosotros los hombres. Su rostro era una bitácora de problemas pasados, presentes y futuros, no obstante en mi mente seguía siendo aquella chavala guapa que me gustaba y que nunca “me paró bola”. Ahora comprendo cuando mi abuelita se reunía con sus amigas y las llamaba “las muchachas”, cuando en realidad todas pasaban los 60 años. En la mente los amigos nunca envejecen.

Aquel encuentro fortuito no llegaría solo y buscando la salida en aquel culebrón humano me encontré con un amigo que lo conocí justo el día que me tocó presentarme para prestar mi Servicio Militar Patriótico (obligatorio). Yo resulté ser no apto para esa tarea, él sí se fue al día siguiente y dos años y medio después regresó con traumas y adicto a las drogas. En unos meses comenzó a delinquir y cayó preso.

“¿Qué pasó maje?... Tenía rato de no verte”, fue su saludo con un choque de manos que sonó hueco en el bus con menos gente en su interior. Me dijo que ya se había “compuesto”, que ahora era “socio” de una agencia de seguridad personal. Me alegré por él. No duró mucho mi regocijo. “Estoy a la orden si querés cobrarte alguna cuenta. Solo me decís quién es, acordamos el precio y ya...”. Mi respuesta no pudo ser más que: “Ah...Ok”. Luego de eso, de la misma forma que llegó se fue. ¡Ese brother sí está loco!

Me bajé de esa absurda máquina del tiempo, donde el viaje me había costado dos córdobas con cincuenta centavos, con el tonto consuelo que después de todo mi vida no estaba tan mal y que siempre hay que valorar las cosas que poseemos y que hemos logrado a lo largo de nuestra estadía en el mundo: una profesión, un trabajo, una familia, en fin todo, porque hay muchos que se quedan sin una oportunidad de abordar ese bus llamado éxito. Me recordó los tiempos en que en mis ataques depresivos me gustaba ir a las funerarias a tomar café para darme cuenta de que había gente más triste que yo, en una especie de cruel terapia. Pero bueno, esa será otra historia.

1 comentario:

  1. Mario, como estas., He leido tu historia y me he entristecido y divertido a la vez, pues tiene un sabor a pueblo innegable y reune el humor negro y los relatos dramaticos de nuestra apesadumbrada sociedad en sus diferentes generos y a la vez el colorido y ritmo de una prosa picara, y sarcastica muy bien manejada, te felicito, esta muy buena. Me agrada tener tus noticias, abrazos. Roger Guevara Mena

    ResponderEliminar