viernes, 31 de mayo de 2013

Calor humano

El día pintaba bonito; el cielo estaba nublado y el clima era fresco, pero a
lo interno del bus yo vivía otra historia con escenas de calor, malos
olores y bajones de presión. Lo único que quería era llegar lo más rápido
posible a mi destino y justo cuando pensé que las cosas no podían ser
peores, comenzó a brisar. La gente cerró las ventanas y como rezan esas
famosas promociones de las empresas telefónicas, la temperatura se
cuadruplicó automáticamente.




De pie, agarrado del tubo y con la mirada fija hacia la calle, como
queriendo atravesar el vidrio, yo trataba de olvidar aquel infierno, pero
era imposible. En medio de mi desesperación noté cuando una muchacha que
viajaba sentada, se tocó el pelo y miró hacia arriba, como ademán de que una
gotera estaba sobre su cabeza. Busqué el origen de aquella molesta humedad y
no la vi. En ese momento una patada de olor a cebollas se ensañó contra mi
nariz e inmediatamente logré ver a un hombre que como cristo crucificado se
movilizaba a lo interno del bus con los brazos abiertos. Su suéter a rayas
verdes y axilas color café hacía una reacción química explosiva con el
ambiente y él tranquilo como si nada. Mientras tanto aquella gotera sobre la
muchacha continuaba incesante. Yo, casi a modo de entretenimiento, trataba
de encontrar el origen del goteo.

Unos minutos después logré sentarme justo detrás de la muchacha que era
importunada por la molesta gotera en su pelo. No me dí por vencido y por fin
descubrí que aquella agua se originaba en el brazo de un pasajero que iba de
píe justo frente a ella. El sudor del brazo y del antebrazo de aquel hombre
aferrado al tubo se fundían para casi formar un chorrito que le resbalaba
por el codo hasta caer en la cabeza de la joven. ¿Qué hago? ¿Le digo o no le
digo?.  No dije nada. Simplemente no pude. Cinco minutos después me baje del
bus sin dejar de pensar si hice bien o mal y chorriando sudor de lugares que
no sabía que podía sudar.

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